Estimad@s amig@s
Sinopsis
La figura de los privados,
intrínseca a la naturaleza de príncipes y reyes, alcanzó cierta relevancia
transcendente a lo largo del Medievo, con figuras precursoras brillantes como
la de don Álvaro de Luna; pero no fue sino a finales del siglo XVI y principios
del XVII cuando abocó al «fenómeno europeo» de los validos, neologismo de la
lengua castellana que definió el poder de Estado exclusivo de un solo favorito
por graciosa voluntad del rey. El eco del «fenómeno» tuvo especial resonancia y
consecuencias decisivas en la Monarquía hispánica y su imperio, sobre todo con
los dos primeros y más importantes validos: Lerma y Olivares; este tras el
efímero interregno de Uceda. Luego vendrían hombres ahormados por una
declinación inevitable: Haro, Nithard y Valenzuela, personajes marcados
por una disolución imparable.
Este libro se
adentra en la peripecia vital de los validos españoles, apuntando a dos
cuestiones fundamentales: la ambición de poder y la ansiosa expectativa que
necesariamente comporta su consecución y mantenimiento, siempre al acecho de la
amenaza imprevista. Lo hace con una prosa espléndida, que aviva el interés
fundamental de todo conocimiento histórico, y el añadido de esa fascinación de
cuanto se expresa con precisión, rigor y belleza; verdadero placer para los
lectores que gustan de la historia.
«(…) sabía que no
había nacido para gobernar,
sino para ser
gobernado (…)»[i]
Introducción
Las voces «valimiento» y
«valido» aparecen como neologismos de la lengua castellana a principios del
siglo XVII, para definir la figura del privado o favorito de príncipes y reyes,
que asumen en su nombre funciones ejecutivas de Estado de manera exclusiva. El
valido lo es cuando se erige en «ministro principal» y único del rey, colocándose
por encima del resto de los favoritos y los privados, sin otra cortapisa que la
voluntad última del soberano. Su figura se distancia ostensiblemente de la
«privanza» medieval y, en España, de los secretarios de Carlos V y Felipe II
(…) en ningún caso, ostentaron el poder de un Lerma o un Olivares (…) Don Álvaro de Luna encarna la excepción de la
regla, al emerger en la primera mitad del siglo XV como precursor y prototipo
de los validos españoles. Fue el origen de la mala imagen de los validos, pese
a su brillante trayectoria frente a la oligarquía feudal, en defensa de la
monarquía de Juan II de Castilla, aunque fuera la defensa, al mismo tiempo, de
su poder y propia vida. La mala fama y el odio que entre los súbditos
suscitaron los privados y favoritos, viene de lejos, de la Antigüedad y el
Medievo, pero los validos del siglo XVIII europeo parecen haberla enconado y
generalizado, entre otras razones por la denuncia de la usurpación del poder
que representan, gracias a una primera opinión pública, cada vez más poderosa a
medida que los panfletos y pasquines pasaban del manuscrito a la imprenta. El
rechazo del valido entre el pueblo y la parte de la nobleza no integrada en su
valimiento, fija su atención en lo que tiene de interposición caprichosa entre
un rey idealizado y la falta de justificación institucional, legal, jurídica.
El valido llega al poder por amistad, afecto o intimidad con el rey, al margen
de normas y ordenanzas, y sin más garantía de su sistema de gobierno que la
voluntad regia, cuya ausencia suplanta.
El valimiento es, pues, un
recurso de instrumentalización política que el rey y su nobleza interponen
como parapeto que preserve la idealización de su imagen, mientras se ejecutan
procedimientos de control político que, en esos momentos, ya responden a la
doctrina de la «razón de Estado» (…) en el valido, los nobles vieron la
solución idónea que, en España inició su recorrido con la subida al trono de
Felipe III y la inmediata entrega del poder al duque de Lerma; como se verá,
sorprendente organizador del sistema del valimiento. Para su propia
supervivencia, el valido debía controlar férrea y minuciosamente los accesos al
rey (…) el régimen de privilegios y prebendas y el control de los Consejos de
gobierno. Es decir, una política de patronazgo, de redes clientelares
acaparadoras de los resortes del Estado, estrechamente vigiladas por los
hechuras del valido. En definitiva, este creaba sus propios canales de control
y funcionamiento del gobierno, mientras dejaba que funcionaran los Consejos
con aparente normalidad, aunque las cuestiones capitales las sustrajera el
valido para su decisión definitiva, previo entendimiento o plácet del rey.
(…) las evidencias no se
discuten, y será harto complicado rebatir la idea de que el asalto de Lerma al
poder poco o nada tuviera que ver con la abulia, indolencia y, propiamente, la
idiocia, de Felipe III; o que la astucia y agudeza extraordinarias de Olivares
para permanecer en el poder durante veintidós años, tampoco estuviera
relacionada con la inseguridad manifiesta, debilidad, abulia y escandalosa
molicie de Felipe IV, por no hablar de algo muy parecido en los casos de Richelieu
en Francia o Buckingham en Inglaterra.
(…) lo que importa
aquí (…) el factor humano, la tensión ansiosa y la brega denodada que desata
toda lucha por el poder, y el claroscuro de sus supuestos deleites, y su
inexorable dependencia, que esclaviza a sus aspirantes, ofuscados en su
sublimación. Importa hurgar no solo en la conquista del poder y su no menos
complicado mantenimiento (…) el valimiento inició su tiempo de extinción, si
bien su sombra, y aun su buena salud en países como Rusia, o en figuras
descolgadas como Godoy en España, permitieron su caprichoso remedo en la lucha
incansable por el poder.
«Los hombres
poderosos
tienen manos que
alcanzan lejos»[ii]
La
ambición de poder ¿cuánto es capaz de corromper?
Galería
de validos, nos permite conocer mejor a Lerma, Uceda, Olivares, Haro, Nithard
y Valenzuela, fueron validos del reino, cada uno dejó su impronta. Como es lógico, una vez que dejaban de prestar sus servicios había que borrar todo su rastro y
volver a empezar, mejor sería decir medrar para hacer con el control
total del acceso a la persona
vértice.
Una vez vamos avanzando en
la lectura de La
ambición de poder nos surgen muchas preguntas ¿cómo podían vivir los
validos con esa desconfianza[iii] —estrés,
en estado permanente de alerta? ¿Quién puede traicionarme? ¿A quién hay que
bloquear? ¿Quién está conspirando contra mi persona?
El líder o más bien lo
contrario el no querer liderar provocó el auge del valido, la ambición desmedida,
el poder “absoluto”, el control del todo sin supervisión provocó mucho de los
males que los protagonistas provocaron. Los desmanes, los avances y la implicación
del vértice fue provocando tanto la pérdida de la figura como su mutación hacia
la de primer ministro.
El valido fue una figura controvertida que depende como queramos ver el vaso estaremos más a favor o menos de su labor.
Ø ¿Por qué tuvieron tanto poder?
o
Se delega no se abdica
§ Se
controlan —supervisan los encargos
Hoy en día tenemos un código
de buen gobierno que de gran ayuda podría haber servido a nuestros ancestros,
hay políticas de compliance, de recursos humanos, anti acoso, buzón de
denuncias… cuánto podemos aprender de la historia y que poco nos gusta leerla. Aprendamos
de los errores o ellas aprenderán de nosotros y se volverán a repetir.
«En opinión de todos,
capaz de ser
emperador,
si no lo hubiera sido»[iv]
Lerma o la ambición
insaciable[v]
En la personalidad del duque
de Lerma, la figura del valido alcanza el modelo más depurado de cuantos a lo
largo del siglo XVII, ejercieron esa suerte de poder del validamiento (…) Olivares (…)
renegó siempre del nombre de valido e intentó paliar sin éxito su mala imagen en
el vulgo y
la primera opinión pública de su tiempo (…) su cargo y oficio se asociaban
mejor a la, en ese momento, incipiente noción de
primer ministro del rey (…) sus
sucesores (…) fueron perdiendo fuerza y resortes de control e influencia ante
el rey y la nobleza, hasta desaparecer en el marasmo del último cuarto del
siglo y la extensión de los Austrias españoles con Carlos II.
(…) ha aprendido en propia
carne la crueldad inexorable que esconde la farsa cortesana en la carrera por
el poder: la exhibición constante, como requisito elemental del ver y ser visto
en todo momento; el arte de la simulación, la contención impasible ante los
enemigos y, no obstante la suavidad en las formas hasta el agasajo, que abre el
camino al refinamiento de la hipocresía y el cinismo, como máscaras de la corrupción
y el crimen. Y ante el príncipe, la adulación sumisa, sin descanso ni sospecha,
que trate de reparar como bálsamo la parte más débil de su humanidad,
advirtiendo la frustración y sus deseos y ambiciones más queridos y secretos,
ponderándolos hasta la idolatría (…) consiguió seducir al príncipe Felipe hasta
hacerle dependiente a lo largo de, toda su vida, hay que imaginar una de las
cualidades fundamentales que posteriormente marcarían su proceder: la
suplantación del mérito por la maña, el ardid, la astucia con la que sometía a
otros huyendo de sí mismo (…)
(…) Lerma encontró en el rey
un juguete a su merced. Se apresuró a invadir el poder con una rapidez
llamativa y un objetivo urgente: desmantelar de inmediato todo cuanto pudiera
alargar el recuerdo y vigencia del proceder de Felipe II (…)
(…) lo que pasma todavía es
la rapidez con que colonizó la corte con su miasma (…)
“dos años después de morir Felipe II, todos los grandes empleos del reino se
encuentran ocupados por parientes o amigos del marqués de Denia” (…) ambición y
habilidad (…)
(…) característica esencialmente
común en el oficio de valido (…) obsesión constante por el control del rey, en
todo momento, lugar y tiempo. La preocupación del valido se transformaba en
angustia por el no saber del más mínimo movimiento de acceso regio no previsto,
del insospechado rumor o comunicación que llegara a su persona sin ser
advertida y filtrada convenientemente, para ser protocolariamente dispuesta a
rechazada (…) oficio de vértigo, donde el tiempo todo pendía no solo del
control regio de sus actos, sino del escrutinio de todo su ser, actitud y
expresión en movimiento o reposo: una mirada, un gesto, un tono, una palabra,
un silencio, una omisión (…) había que controlar los resortes fundamentales de
una corte universal, como correspondía en esos momentos a la Monarquía
hispánica, y montar todo un sistema de vigilancia, de inteligencia
política y cortesana con sus necesarias sentinas (…)
(…) el control del rey pasaba
necesariamente por su aislamiento de las preocupaciones[vi] del
gobierno y la neutralización de la nobleza, sus movimientos y desmarques; su
colocación (…) en el tablero de poder (…)
(…) desastrosa
administración[vii] llego
hasta el extremo de carecer de dinero para la mesa del rey, con unos
presupuestos totalmente empeñados y consumidos (…)
(…) todo en manos de un Lerma que controlaba los consejos de gobierno en nombre del rey, como intermediario directo, único e insalvable por su comunicación exclusiva (…)
Ø ¿Qué pensaríamos de un Consejero que controlase todo el Consejo de administración y fuese el único interlocutor con un presidente ausente ―no interesado en las labores de gobierno?
(…) el sistema generaba una corrupción inevitable que hacía de la confidencialidad un lenguaje necesario y previo para estar en el secreto de la más cercana intimidad del valido (…) la complicidad y el silencio se imponían como bien necesario, así como la evidencia sobreentendida de que fuera de la lealtad al valido no había salvación (…)
Queda de manifiesto la ambición sin limite de Lerma, pero no es menos “criticable” la inacción del rey Felipe III dejando hacer sin límites ni control al valido y su red clientelar.
(…) pese a los sucesivos
intentos de Lerma para convencer al rey de su reintegración en la corte, le
indicaron muy pronto al valido que su suerte estaba echada y que él mismo
peligraría si no iba tomando con alguna urgencia una salida salvífica en
el refugio seguro de la Iglesia. La petición que hizo al rey en julio de 1612 para
retirarse como religioso (…) puede entenderse como un primer intento serio de
garantizarse una alternativa vistosa mediante el cardenalato (…) dejando la vía
abierta a su sucesión
como valido de su hijo don Cristóbal, duque de Uceda (…)
(…) el valido no podía vivir
sin estar rodeado de favoritos. Necesitaba calmar su “melancólica” andadura
solitaria[viii] (…)
asegurar hombres de confianza en la corte que le garantizaran su supervivencia
junto al poder (…)
«Para
evitar ser ahorcado,
se
vistió de colorado»[ix]
Interregno de
Uceda y Aliaga
(…) la rivalidad de padre e
hijo (…) más allá del evidente desafecto del padre y el rencor y alejamiento
que ello producía en Uceda, no se entiende sin el sentido profundo que unía a
los dos en torno al mantenimiento de la prez, reputación y
grandeza del clan de los Sandovales (…) mantenimiento irrenunciable de la
sucesión del validamiento dentro de la familia (…)
(…) la elevación de Uceda[x] supuso
la defenestración del conde de Lemos[xi],
primo y cuñado[xii] de
aquel. Dos mundos antagónicos, separados por la personalidad, la educación, la
cultura y el talento; inferiores a la mediocridad en el primero; brillantes en
el segundo (…)
«Si me diera vida el
cielo,
cuán de otra suerte
gobernara»[xiii]
Olivares[xiv]: El arrebato del poder
(…) el futuro conde-duque
dio muestras desde el principio de su astucia extraordinaria y su resistencia
obcecada (…)
(…) el acceso al rey debía
ser exclusivo, de manera que atendiera fundamentalmente sus propuestas y
sugerencias con la menor oposición de los consejos, a los que convenia seducir
más que enfrentar (…)
(…) sustituir el aparato
burocrático de un valido por otro suponía (…) cambiar todo el viejo patronazgo
anterior, pues no se entendía el ejercicio de la administración, mucho menos el
del poder, sin fidelidades a toda prueba (…)
(…) en toda tiranía, la
sangre salpica lejos de quien la provoca u ordena, y la violencia política,
mayormente, suele planificarse en entornos seguros y tranquilos (…)
(…) el conde de Olivares se
dispuso a desplegar su programa de gobierno in pectore (…) una ansiosa y profunda reforma de la Monarquía
toda, que fuera capaz de recuperar el esplendor perdido (…) las reformas que
emprendió ab initio, como la Junta
de Reformación de Costumbres, contra la corrupción el
derroche y la depravación sociales, irían acompañadas por un detallado y
completo programa de gobierno en todos los aspectos y resortes fundamentales de
la Monarquía que, a su vez, fuera un texto de educación política del rey y un
estimulo (…)
(…) desde que el soberano le
abrió la confianza, Olivares observo que al rey le faltaba lo que a él le
sobraba: seguridad, confianza en sí mismo y en el empuje con que asumía,
disponía y ponía en marcha sus proyectos y planes; ambiciosos, rompedores,
novedosos; tantas veces, impracticables y, a la postre frustrados. El rey
adolecía de una grave inseguridad en sí mismo, que
solo parecía abandonar con coraje y habilidad en el ejercicio de la caza y
equitación; Y una abulia envolvente en toda su disposición (…) Olivares intentó
implicarle con cierta persistencia en los papeles de gobierno, pero solo
consiguió implicarlo a tiempo parcial y sin mucho entusiasmo (…)
(…) la verdadera aprensión
que embarga a Olivares. No es otra que el engrandecimiento del rey, objetivo al
que debe ir encaminado todo el programa de reformas, ya sean políticas,
administrativas, económicas, fiscales o constitucionales; de tal manera, que su
aplicación fortaleciera, a su vez, el poder y la autoridad real (…)
(…) el valido entendía la unidad como un todo necesario, provechoso y común, que debía prevalecer sobre el interés de las partes el interés común había de estar por encima de la “fuerza de la costumbre” (…)
Ø ¿Cómo entendemos la unidad?
o
¿La
entiende todo el equipo de igual manera?
(…) ejemplo
impresionante de autocontrol a la vista de todos, de infatigable resistencia en
el trabajo, contumaz en todos sus empeños y resoluciones, hasta su declinar
sombrío y la extinción tristísima de sus propias luces (…)
(…) el pulso entre Olivares y la nobleza siempre permaneció tenso. Tenía una idea muy elevada de la competencia y exigencia que requerían los oficios y altos cargos, y estaba convencido de que en los puestos de mando verdaderamente importantes de la monarquía había una manifiesta “falta de cabezas”
Ø ¡Meritocracia!
o
Se
heredan los títulos, la propiedad, no la inteligencia, cargos, etc.
Ø ¿En nuestra compañía hay déficit de mano de obra o cerebro de obra?
o
¿Por
qué?
En todo cuanto tocaba Olivares en materia de reformas había una intención de mejora, aunque a veces sus resultados fueran desastrosos y les costara entender su incompatibilidad con la guerra. Sus grandes errores fueron especialmente graves en el aspecto militar (…) distara mucho de ser un gran estratego. En su gran inteligencia y evidente cálculo y agudeza había alguna imperfección que desorganizaba el conjunto. Necesitaba el aplauso, la adulación, el elogio, aunque fuera plenamente consiente de la naturaleza espuria de todo alago y en su fondo estoico lo despreciara, porque su pasión y su mundo estaban por encima.
Ø ¿Cuánto nos debilita el alago?
o
¿Lo
necesitamos?
§ ¿Para qué?
«En
fin,
es necesario buscar los hombres para hallar
hombres,
que los que se van a ofrecer o no lo son o son
los más ruines»[xv]
Haro[xvi]: el poder
retraído
(…) la afición que le dispenso
Felipe IV fue de por vida, y la confianza no menos intensa. Sus maneras suaves,
sumisas; su formal recato y discreción, amen de su comedimiento en todo y
siempre su callado servicio, se adaptaron muy bien al gusto y necesidades de
aquel rey tapado (…)
(…) “su validamiento ha de
calificarse de emboscado o camuflado, pues no obstante que el régimen del que
fue cabeza ofrece las connotaciones propias de ese modo de gobierno, se empeño Haro
en disfrazarlas o disimularlas” (…) el plácet obsesivo del rey que, en todo
momento, pendió sobre don Luis en todas sus decisiones (…) validamiento
enmascarado que representó su gobierno (…) no fue fruto de la improvisación sino
de un programa de gobierno dotado de coherencia, en el que intervinieron el rey
y su privado”, con el fondo principal a erradicar (…) el legado y las formas
del régimen de Olivares.
(…) Haro comprendió que,
tras las experiencias de Lerma y Olivares y después de la crisis de 1640, ser
valido no podría consistir en repetir ninguno de aquellos modelos”.
(…) el síndrome del valido, el obsesivo control del acceso y entorno del rey, tuvo en Haro una dificultad añadida, al facilitar el propio Felipe IV la relación en torno a sí de figuras poderosas, como Oñate, o el duque de Medina de las Torres, serio rival en potencia de Haro, que sobrevoló todo su validamiento con elegancia acechante (…) el poder latía potencialmente en el acceso personal al monarca (…) profunda desconfianza de Haro hacia sus pares, lo reducido de su círculo íntimo, muestra indudable de inseguridad, y la dificultad y temor a equivocarse en la selección de quienes debían encarnar altas responsabilidades (…) siempre hábil en las sombras, no le interesaban tanto las mentes competentes y brillantes, a las que temía sino los más fieles y sumisos servidores que, como él, anteponían la lealtad ciega a cualquier intento de rivalidad (…)
Ø ¿Por qué tener miedo a personas inteligentes?[xvii]
o
¿Qué inseguridades
—debilidades escondemos?
(…) Haro era una figura
suave y flexible, con un estilo de gobierno recuperado de la generación anterior
(…) la forma más eficaz de gobernar a la Monarquía era gobernarla lo menos
posible (…)
(…) aprendió con rapidez que
la clave de su asentamiento y permanencia en el poder estribaba en proceder y
comportarse justamente al contrario de lo que había hecho su tío Olivares (…)
(…) fue el único que murió ejerciendo
el poder (…)
(…) el rey encontraba en
Haro el criado ideal que su capricho y flojedad necesitaban, tras la experiencia
arrebatadora de Olivares (…) fue un personaje enigmático por lo mucho que escondía
(…) en su interior bullía una ansiedad de poder que, esa sí, le convirtió en
valido. Su secreto en la lenta espera fue adaptarse con naturalidad a los
deseos del rey, con atención intencionada a los aspectos más complejos y
trabajosos que este rehuía. Se convirtió así en el ayudante perfecto: sobrio,
prudente, discreto en la acepción de reservado; aparentemente ajeno a la
mundanidad y a las ambiciones cortesanas, aunque ello no fuera óbice para
hacerse con el palacio de Uceda, como aviso de consolidación de poder y prestancia.
(…) el rey descubrió que se sentía
bien haciendo parecer que gobernaba rodeado de ministros de su confianza y un
valido en la sombra (…)
«Líbrame, Dios,
de las aguas mansas,
que de las bravas me libro yo»[xviii]
Nithard[xix]: El
poder imperfecto
Al asumir el gobierno personalmente, Felipe IV se apoyó en dos de los ministros más competentes de aquellos que todavía guardaban reputación (…)
Ø ¿Se trabaja la reputación en la empresa?
o
¿Tiene
la compañía un manual de buenas prácticas?
o ¿Lo conocen los stackeholders?
(…) “Del favor paso a la
confidencia, de aquí a la arrogancia, y de todo junto al mando de este
universal imperio”.
En la tradición de la corte
española, los confesores no se habían privado nunca de hacer política e
influir, a cuál más, en las cuestiones de Estado, mediante la intimidad del
supuesto secreto de confesión (…)
Nithard no
alcanzo nunca prestigio político alguno. No dejó de ser un teólogo jesuita
embarrancado en la política de una monarquía universal, tan cercana dinásticamente
como distinta del Imperio germánico, del que la reina y él era hechuras (…)
(…) la elevación del
confesor como valido había suscitado, no solo la animadversión popular
generalizada por su condición de extranjero, tan ajeno a la mentalidad y
costumbres españolas, sino la alarma en buena parte de la nobleza y la Iglesia,
hasta el punto de detectarse cierta preocupación crítica en su propia compañía (…)
«Al freír
será el reír»[xx]
Valenzuela[xxi]: La
sinuosa ascensión y vertical caída de un advenedizo
Los picaros también
merodeaban por los palacios, pero raramente llegaban a validos, mucho menos a
valido y primer ministro. Fue el caso de Fernando Valenzuela, el último de los
validos españoles (…)
Confidente afilado, hábil en
el juego de la persuasión, perito
en el halago y la adulación, sorprendía a la reina con su labia y el adorno de
las vivencias y secretos inconfesados (…)
(…) fue haciéndose imprescindible
para la reina como mediador, venta de cargos y negocios, en los que aprendió
muy pronto a enriquecerse con pingües comisiones y favores (…)
(…) ciego de vanidad y
soberbia, alcanzó cotas de infamia inimaginadas. El escándalo de su comportamiento
tiránico anonadó a las gentes
de aquellas tierras, y sus extravagancias de sátrapa, su grotesca
grandilocuencia y megalomanía, solo se explican como la bufa comedia de un engreído
advenedizo, sino lo hubiesen implicado un drama de quienes las sufrieron (…)
Don Fernando Valenzuela murió
desvalijado de caudal de su propio latrocinio, segregado y vejado con saña
inaudita; sin ser juzgado ni sentenciado (…)
«Dadme seis líneas
manuscritas por el hombre más honrado,
y hallaré en ellas
motivos para hacerle ahorcar»[xxii]
Link de interés
• Relaciones
del secretario de estado de Felipe II
• Espías
de Felipe II: los servicios secretos del imperio español
• Espías
del imperio: Historia de los servicios secretos españoles en la época de los
Austrias
• El
arte de mandar bien: Querer, poder, saber
• Jefe
de gabinete: Manual de instrucciones para gobernar
• Moncloa: Iván
Redondo. La política o el arte de los que no se ve
«El
mundo se divide sobre todo,
en indignos e indignados,
y
ya sabrá cada quien de qué lado quiere o puede estar»[xxiii]
ABRAZOTES
[i] Antonio Pérez
[ii] William Shakespeare
[iii] Pp., 159 (…) siempre desconfío
profundamente de cualquiera que pudiera rivalizar con él por su posición (…)
[iv] Tácito
[v] Francisco Gómez de Sandoval y Rojas
[viii] La soledad del directivo
[ix]
[x] Corto y apocado
[xi] Inteligente y cultivado
[xii] Llegados a este punto podríamos sacar a relucir un tema
que siempre provoca debate ¿Qué hacemos con la familia política en la
Empresa Familiar?
Pp., 75 Entre los primos-cuñados hubo siempre una
rivalidad y un desencuentro manifiestos (…)
Ø ¿Cómo
gestionar los desencuentros entre familiares en la empresa?
[xiii] Felipe III
[xiv] Gaspar de Guzmán
[xv] Conde-duque de Olivares
[xvi] Luis Méndez de Haro y Guzmán
Ø
“El
discreto de Palacio”
[xvii] “El mundo entero se aparta ante un
hombre que sabe adónde va”, Antoine de Saint Exupery
[xviii]
[xix] Juan Everardo Nithard
[xx] José María Sbarbi
Según esta versión, en tiempos de Felipe IV vivía en
Madrid un calderero que tenía fama de ser astuto. Un pillo, con intención
de burlarse de él, acudió a su tienda y le pidió una sartén. El calderero, sin
prestar demasiada atención, le entregó una que estaba rota por debajo. A
cambio, el cliente le pagó con una moneda falsa.
Ambos pensaban haber engañado al otro. Al percatarse de
la risa burlona del comprador, el calderero replicó con la frase: «Al
freír será el reír», advirtiendo que el defecto del objeto se haría
evidente más tarde. El otro, devolviendo la burla, dijo: «Al contar
será el llorar», refiriéndose al momento en que el calderero descubriera
que la moneda era falsa.
Este cruce de expresiones irónicas cristalizó en el
refrán, que desde entonces sirvió como una forma de señalar que las
consecuencias de los actos, buenos o malos, se verán con el tiempo.
[xxi] Fernando Valenzuela
[xxii] Cardenal Richelieu
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