viernes, 25 de julio de 2025

La ambición de poder: Galería de validos

Estimad@s amig@s

Sinopsis

La figura de los privados, intrínseca a la naturaleza de príncipes y reyes, alcanzó cierta relevancia transcendente a lo largo del Medievo, con figuras precursoras brillantes como la de don Álvaro de Luna; pero no fue sino a finales del siglo XVI y principios del XVII cuando abocó al «fenómeno europeo» de los validos, neologismo de la lengua castellana que definió el poder de Estado exclusivo de un solo favorito por graciosa voluntad del rey. El eco del «fenómeno» tuvo especial resonancia y consecuencias decisivas en la Monarquía hispánica y su imperio, sobre todo con los dos primeros y más importantes validos: Lerma y Olivares; este tras el efímero interregno de Uceda. Luego vendrían hombres ahormados por una declinación inevitable: Haro, Nithard y Valenzuela, personajes marcados por una disolución imparable.

Este libro se adentra en la peripecia vital de los validos españoles, apuntando a dos cuestiones fundamentales: la ambición de poder y la ansiosa expectativa que necesariamente comporta su consecución y mantenimiento, siempre al acecho de la amenaza imprevista. Lo hace con una prosa espléndida, que aviva el interés fundamental de todo conocimiento histórico, y el añadido de esa fascinación de cuanto se expresa con precisión, rigor y belleza; verdadero placer para los lectores que gustan de la historia.

 

«(…) sabía que no había nacido para gobernar,

sino para ser gobernado (…)»[i]

 

Introducción

Las voces «valimiento» y «valido» aparecen como neologismos de la lengua castellana a principios del siglo XVII, para definir la figura del privado o favorito de príncipes y reyes, que asumen en su nombre funciones ejecutivas de Estado de manera exclusiva. El valido lo es cuando se erige en «ministro principal» y único del rey, colocándose por encima del resto de los favoritos y los privados, sin otra cortapisa que la voluntad última del soberano. Su figura se dis­tancia ostensiblemente de la «privanza» medieval y, en España, de los secretarios de Carlos V y Felipe II (…) en ningún caso, osten­taron el poder de un Lerma o un Olivares (…)  Don Álvaro de Luna encarna la excepción de la regla, al emerger en la primera mitad del siglo XV como precursor y prototipo de los validos españoles. Fue el origen de la mala ima­gen de los validos, pese a su brillante trayectoria frente a la oligar­quía feudal, en defensa de la monarquía de Juan II de Castilla, aun­que fuera la defensa, al mismo tiempo, de su poder y propia vida. La mala fama y el odio que entre los súbditos suscitaron los priva­dos y favoritos, viene de lejos, de la Antigüedad y el Medievo, pero los validos del siglo XVIII europeo parecen haberla enconado y gene­ralizado, entre otras razones por la denuncia de la usurpación del poder que representan, gracias a una primera opinión pública, cada vez más poderosa a medida que los panfletos y pasquines pasaban del manuscrito a la imprenta. El rechazo del valido entre el pueblo y la parte de la nobleza no integrada en su valimiento, fija su atención en lo que tiene de interposición caprichosa entre un rey idealizado y la falta de justificación institucional, legal, jurídica. El valido llega al poder por amistad, afecto o intimidad con el rey, al margen de nor­mas y ordenanzas, y sin más garantía de su sistema de gobierno que la voluntad regia, cuya ausencia suplanta.

El valimiento es, pues, un recurso de instrumentalización polí­tica que el rey y su nobleza interponen como parapeto que preserve la idealización de su imagen, mientras se ejecutan procedimientos de control político que, en esos momentos, ya responden a la doctrina de la «razón de Estado» (…) en el valido, los nobles vieron la solución idónea que, en España ini­ció su recorrido con la subida al trono de Felipe III y la inmediata en­trega del poder al duque de Lerma; como se verá, sorprendente or­ganizador del sistema del valimiento. Para su propia supervivencia, el valido debía controlar férrea y minuciosamente los accesos al rey (…) el régimen de privilegios y prebendas y el control de los Consejos de gobierno. Es decir, una política de patronazgo, de redes clientelares acaparadoras de los resortes del Estado, estrecha­mente vigiladas por los hechuras del valido. En definitiva, este creaba sus propios canales de control y funcionamiento del gobierno, mien­tras dejaba que funcionaran los Consejos con aparente normalidad, aunque las cuestiones capitales las sustrajera el valido para su deci­sión definitiva, previo entendimiento o plácet del rey.

 

(…) las evidencias no se discuten, y será harto complicado rebatir la idea de que el asalto de Lerma al poder poco o nada tuviera que ver con la abulia, indolencia y, propiamente, la idiocia, de Felipe III; o que la astucia y agudeza ex­traordinarias de Olivares para permanecer en el poder durante vein­tidós años, tampoco estuviera relacionada con la inseguridad manifiesta, debilidad, abulia y escandalosa molicie de Felipe IV, por no hablar de algo muy parecido en los casos de Richelieu en Francia o Buckingham en Inglaterra.

(…) lo que importa aquí (…) el factor humano, la tensión ansiosa y la brega denodada que desata toda lucha por el poder, y el claroscuro de sus supuestos deleites, y su inexorable de­pendencia, que esclaviza a sus aspirantes, ofuscados en su sublima­ción. Importa hurgar no solo en la conquista del poder y su no menos complicado mantenimiento (…) el valimiento inició su tiempo de extinción, si bien su sombra, y aun su buena salud en países como Rusia, o en figuras descolgadas como Godoy en España, permitieron su caprichoso remedo en la lucha in­cansable por el poder.

 

«Los hombres poderosos

tienen manos que alcanzan lejos»[ii]

 

La ambición de poder ¿cuánto es capaz de corromper?  

Galería de validos, nos permite conocer mejor a Lerma, Uceda, Olivares, Haro, Nithard y Valenzuela, fueron validos del reino, cada uno dejó su impronta. Como es lógico, una vez que dejaban de prestar sus servicios había que borrar todo su rastro y volver a empezar, mejor sería decir medrar para hacer con el control total del acceso a la persona vértice.

 

Una vez vamos avanzando en la lectura de La ambición de poder nos surgen muchas preguntas ¿cómo podían vivir los validos con esa desconfianza[iii]estrés, en estado permanente de alerta? ¿Quién puede traicionarme? ¿A quién hay que bloquear? ¿Quién está conspirando contra mi persona?

 

El líder o más bien lo contrario el no querer liderar provocó el auge del valido, la ambición desmedida, el poder “absoluto”, el control del todo sin supervisión provocó mucho de los males que los protagonistas provocaron. Los desmanes, los avances y la implicación del vértice fue provocando tanto la pérdida de la figura como su mutación hacia la de primer ministro.

 

El valido fue una figura controvertida que depende como queramos ver el vaso estaremos más a favor o menos de su labor.

Ø  ¿Por qué tuvieron tanto poder?  

o   Se delega no se abdica

§  Se controlan —supervisan los encargos

 

Hoy en día tenemos un código de buen gobierno que de gran ayuda podría haber servido a nuestros ancestros, hay políticas de compliance, de recursos humanos, anti acoso, buzón de denuncias… cuánto podemos aprender de la historia y que poco nos gusta leerla. Aprendamos de los errores o ellas aprenderán de nosotros y se volverán a repetir.

 

«En opinión de todos,

capaz de ser emperador,

 si no lo hubiera sido»[iv]

 

Lerma o la ambición insaciable[v]

En la personalidad del duque de Lerma, la figura del valido alcanza el modelo más depurado de cuantos a lo largo del siglo XVII, ejercieron esa suerte de poder del validamiento (…) Olivares (…) renegó siempre del nombre de valido e intentó paliar sin éxito su mala imagen en el vulgo y la primera opinión pública de su tiempo (…) su cargo y oficio se asociaban mejor a la, en ese momento, incipiente noción de primer ministro del rey (…)  sus sucesores (…) fueron perdiendo fuerza y resortes de control e influencia ante el rey y la nobleza, hasta desaparecer en el marasmo del último cuarto del siglo y la extensión de los Austrias españoles con Carlos II.

 

(…) ha aprendido en propia carne la crueldad inexorable que esconde la farsa cortesana en la carrera por el poder: la exhibición constante, como requisito elemental del ver y ser visto en todo momento; el arte de la simulación, la contención impasible ante los enemigos y, no obstante la suavidad en las formas hasta el agasajo, que abre el camino al refinamiento de la hipocresía y el cinismo, como máscaras de la corrupción y el crimen. Y ante el príncipe, la adulación sumisa, sin descanso ni sospecha, que trate de reparar como bálsamo la parte más débil de su humanidad, advirtiendo la frustración y sus deseos y ambiciones más queridos y secretos, ponderándolos hasta la idolatría (…) consiguió seducir al príncipe Felipe hasta hacerle dependiente a lo largo de, toda su vida, hay que imaginar una de las cualidades fundamentales que posteriormente marcarían su proceder: la suplantación del mérito por la maña, el ardid, la astucia con la que sometía a otros huyendo de sí mismo (…)

 

(…) Lerma encontró en el rey un juguete a su merced. Se apresuró a invadir el poder con una rapidez llamativa y un objetivo urgente: desmantelar de inmediato todo cuanto pudiera alargar el recuerdo y vigencia del proceder de Felipe II (…)

 

(…) lo que pasma todavía es la rapidez con que colonizó la corte con su miasma (…) “dos años después de morir Felipe II, todos los grandes empleos del reino se encuentran ocupados por parientes o amigos del marqués de Denia” (…) ambición y habilidad (…)

 

(…) característica esencialmente común en el oficio de valido (…) obsesión constante por el control del rey, en todo momento, lugar y tiempo. La preocupación del valido se transformaba en angustia por el no saber del más mínimo movimiento de acceso regio no previsto, del insospechado rumor o comunicación que llegara a su persona sin ser advertida y filtrada convenientemente, para ser protocolariamente dispuesta a rechazada (…) oficio de vértigo, donde el tiempo todo pendía no solo del control regio de sus actos, sino del escrutinio de todo su ser, actitud y expresión en movimiento o reposo: una mirada, un gesto, un tono, una palabra, un silencio, una omisión (…) había que controlar los resortes fundamentales de una corte universal, como correspondía en esos momentos a la Monarquía hispánica, y montar todo un sistema de vigilancia, de inteligencia política y cortesana con sus necesarias sentinas (…)  

 

(…) el control del rey pasaba necesariamente por su aislamiento de las preocupaciones[vi] del gobierno y la neutralización de la nobleza, sus movimientos y desmarques; su colocación (…) en el tablero de poder (…)

 

(…) desastrosa administración[vii] llego hasta el extremo de carecer de dinero para la mesa del rey, con unos presupuestos totalmente empeñados y consumidos (…)

 

(…) todo en manos de un Lerma que controlaba los consejos de gobierno en nombre del rey, como intermediario directo, único e insalvable por su comunicación exclusiva (…)

Ø  ¿Qué pensaríamos de un Consejero que controlase todo el Consejo de administración y fuese el único interlocutor con un presidente ausenteno interesado en las labores de gobierno?

 

(…) el sistema generaba una corrupción inevitable que hacía de la confidencialidad un lenguaje necesario y previo para estar en el secreto de la más cercana intimidad del valido (…) la complicidad y el silencio se imponían como bien necesario, así como la evidencia sobreentendida de que fuera de la lealtad al valido no había salvación (…)

Queda de manifiesto la ambición sin limite de Lerma, pero no es menos “criticable” la inacción del rey Felipe III dejando hacer sin límites ni control al valido y su red clientelar.  

 

(…) pese a los sucesivos intentos de Lerma para convencer al rey de su reintegración en la corte, le indicaron muy pronto al valido que su suerte estaba echada y que él mismo peligraría si no iba tomando con alguna urgencia una salida salvífica en el refugio seguro de la Iglesia. La petición que hizo al rey en julio de 1612 para retirarse como religioso (…) puede entenderse como un primer intento serio de garantizarse una alternativa vistosa mediante el cardenalato (…) dejando la vía abierta a su sucesión como valido de su hijo don Cristóbal, duque de Uceda (…)

 

(…) el valido no podía vivir sin estar rodeado de favoritos. Necesitaba calmar su “melancólica” andadura solitaria[viii] (…) asegurar hombres de confianza en la corte que le garantizaran su supervivencia junto al poder (…)

 

«Para evitar ser ahorcado,

se vistió de colorado»[ix]

 

Interregno de Uceda y Aliaga

(…) la rivalidad de padre e hijo (…) más allá del evidente desafecto del padre y el rencor y alejamiento que ello producía en Uceda, no se entiende sin el sentido profundo que unía a los dos en torno al mantenimiento de la prez, reputación y grandeza del clan de los Sandovales (…) mantenimiento irrenunciable de la sucesión del validamiento dentro de la familia (…)

 

(…) la elevación de Uceda[x] supuso la defenestración del conde de Lemos[xi], primo y cuñado[xii] de aquel. Dos mundos antagónicos, separados por la personalidad, la educación, la cultura y el talento; inferiores a la mediocridad en el primero; brillantes en el segundo (…)

 

«Si me diera vida el cielo,

cuán de otra suerte gobernara»[xiii]

 

Olivares[xiv]: El arrebato del poder

(…) el futuro conde-duque dio muestras desde el principio de su astucia extraordinaria y su resistencia obcecada (…)

 

(…) el acceso al rey debía ser exclusivo, de manera que atendiera fundamentalmente sus propuestas y sugerencias con la menor oposición de los consejos, a los que convenia seducir más que enfrentar (…)

(…) sustituir el aparato burocrático de un valido por otro suponía (…) cambiar todo el viejo patronazgo anterior, pues no se entendía el ejercicio de la administración, mucho menos el del poder, sin fidelidades a toda prueba (…)

 

(…) en toda tiranía, la sangre salpica lejos de quien la provoca u ordena, y la violencia política, mayormente, suele planificarse en entornos seguros y tranquilos (…)

 

(…) el conde de Olivares se dispuso a desplegar su programa de gobierno in pectore (…)  una ansiosa y profunda reforma de la Monarquía toda, que fuera capaz de recuperar el esplendor perdido (…) las reformas que emprendió ab initio, como la Junta de Reformación de Costumbres, contra la corrupción el derroche y la depravación sociales, irían acompañadas por un detallado y completo programa de gobierno en todos los aspectos y resortes fundamentales de la Monarquía que, a su vez, fuera un texto de educación política del rey y un estimulo (…)

 

(…) desde que el soberano le abrió la confianza, Olivares observo que al rey le faltaba lo que a él le sobraba: seguridad, confianza en sí mismo y en el empuje con que asumía, disponía y ponía en marcha sus proyectos y planes; ambiciosos, rompedores, novedosos; tantas veces, impracticables y, a la postre frustrados. El rey adolecía de una grave inseguridad en sí mismo, que solo parecía abandonar con coraje y habilidad en el ejercicio de la caza y equitación; Y una abulia envolvente en toda su disposición (…) Olivares intentó implicarle con cierta persistencia en los papeles de gobierno, pero solo consiguió implicarlo a tiempo parcial y sin mucho entusiasmo (…)

 

(…) la verdadera aprensión que embarga a Olivares. No es otra que el engrandecimiento del rey, objetivo al que debe ir encaminado todo el programa de reformas, ya sean políticas, administrativas, económicas, fiscales o constitucionales; de tal manera, que su aplicación fortaleciera, a su vez, el poder y la autoridad real (…)

 

(…) el valido entendía la unidad como un todo necesario, provechoso y común, que debía prevalecer sobre el interés de las partes el interés común había de estar por encima de la “fuerza de la costumbre” (…)

Ø  ¿Cómo entendemos la unidad?

o   ¿La entiende todo el equipo de igual manera?

 

(…) ejemplo impresionante de autocontrol a la vista de todos, de infatigable resistencia en el trabajo, contumaz en todos sus empeños y resoluciones, hasta su declinar sombrío y la extinción tristísima de sus propias luces (…)

 

(…) el pulso entre Olivares y la nobleza siempre permaneció tenso. Tenía una idea muy elevada de la competencia y exigencia que requerían los oficios y altos cargos, y estaba convencido de que en los puestos de mando verdaderamente importantes de la monarquía había una manifiesta “falta de cabezas”

Ø  ¡Meritocracia!

o   Se heredan los títulos, la propiedad, no la inteligencia,  cargos, etc.

Ø  ¿En nuestra compañía hay déficit de mano de obra o cerebro de obra?

o   ¿Por qué?

 

En todo cuanto tocaba Olivares en materia de reformas había una intención de mejora, aunque a veces sus resultados fueran desastrosos y les costara entender su incompatibilidad con la guerra. Sus grandes errores fueron especialmente graves en el aspecto militar (…) distara mucho de ser un gran estratego. En su gran inteligencia y evidente cálculo y agudeza había alguna imperfección que desorganizaba el conjunto. Necesitaba el aplauso, la adulación, el elogio, aunque fuera plenamente consiente de la naturaleza espuria de todo alago y en su fondo estoico lo despreciara, porque su pasión y su mundo estaban por encima.

Ø  ¿Cuánto nos debilita el alago?

o   ¿Lo necesitamos?

§  ¿Para qué?

 

«En fin,

 es necesario buscar los hombres para hallar hombres,

 que los que se van a ofrecer o no lo son o son los más ruines»[xv]

 

Haro[xvi]: el poder retraído

(…) la afición que le dispenso Felipe IV fue de por vida, y la confianza no menos intensa. Sus maneras suaves, sumisas; su formal recato y discreción, amen de su comedimiento en todo y siempre su callado servicio, se adaptaron muy bien al gusto y necesidades de aquel rey tapado (…)

 

(…) “su validamiento ha de calificarse de emboscado o camuflado, pues no obstante que el régimen del que fue cabeza ofrece las connotaciones propias de ese modo de gobierno, se empeño Haro en disfrazarlas o disimularlas” (…) el plácet obsesivo del rey que, en todo momento, pendió sobre don Luis en todas sus decisiones (…) validamiento enmascarado que representó su gobierno (…) no fue fruto de la improvisación sino de un programa de gobierno dotado de coherencia, en el que intervinieron el rey y su privado”, con el fondo principal a erradicar (…) el legado y las formas del régimen de Olivares.

(…) Haro comprendió que, tras las experiencias de Lerma y Olivares y después de la crisis de 1640, ser valido no podría consistir en repetir ninguno de aquellos modelos”.

(…) el síndrome del valido, el obsesivo control del acceso y entorno del rey, tuvo en Haro una dificultad añadida, al facilitar el propio Felipe IV la relación en torno a sí de figuras poderosas, como Oñate, o el duque de Medina de las Torres, serio rival en potencia de Haro, que sobrevoló todo su validamiento con elegancia acechante (…) el poder latía potencialmente en el acceso personal al monarca (…) profunda desconfianza de Haro hacia sus pares, lo reducido de su círculo íntimo, muestra indudable de inseguridad, y la dificultad y temor a equivocarse en la selección de quienes debían encarnar altas responsabilidades (…) siempre hábil en las sombras, no le interesaban tanto las mentes competentes y brillantes, a las que temía sino los más fieles y sumisos servidores que, como él, anteponían la lealtad ciega a cualquier intento de rivalidad (…)

Ø  ¿Por qué tener miedo a personas inteligentes?[xvii]

o   ¿Qué inseguridades debilidades escondemos?

 

(…) Haro era una figura suave y flexible, con un estilo de gobierno recuperado de la generación anterior (…) la forma más eficaz de gobernar a la Monarquía era gobernarla lo menos posible (…)

(…) aprendió con rapidez que la clave de su asentamiento y permanencia en el poder estribaba en proceder y comportarse justamente al contrario de lo que había hecho su tío Olivares (…)

 

(…) fue el único que murió ejerciendo el poder (…)

 

(…) el rey encontraba en Haro el criado ideal que su capricho y flojedad necesitaban, tras la experiencia arrebatadora de Olivares (…) fue un personaje enigmático por lo mucho que escondía (…) en su interior bullía una ansiedad de poder que, esa sí, le convirtió en valido. Su secreto en la lenta espera fue adaptarse con naturalidad a los deseos del rey, con atención intencionada a los aspectos más complejos y trabajosos que este rehuía. Se convirtió así en el ayudante perfecto: sobrio, prudente, discreto en la acepción de reservado; aparentemente ajeno a la mundanidad y a las ambiciones cortesanas, aunque ello no fuera óbice para hacerse con el palacio de Uceda, como aviso de consolidación de poder y prestancia.

(…) el rey descubrió que se sentía bien haciendo parecer que gobernaba rodeado de ministros de su confianza y un valido en la sombra (…)

 

«Líbrame, Dios,

 de las aguas mansas,

 que de las bravas me libro yo»[xviii]

 

Nithard[xix]: El poder imperfecto

Al asumir el gobierno personalmente, Felipe IV se apoyó en dos de los ministros más competentes de aquellos que todavía guardaban reputación (…)

Ø  ¿Se trabaja la reputación en la empresa?

o   ¿Tiene la compañía un manual de buenas prácticas?

o   ¿Lo conocen los stackeholders?

 

(…) “Del favor paso a la confidencia, de aquí a la arrogancia, y de todo junto al mando de este universal imperio”.

En la tradición de la corte española, los confesores no se habían privado nunca de hacer política e influir, a cuál más, en las cuestiones de Estado, mediante la intimidad del supuesto secreto de confesión (…)

 

Nithard no alcanzo nunca prestigio político alguno. No dejó de ser un teólogo jesuita embarrancado en la política de una monarquía universal, tan cercana dinásticamente como distinta del Imperio germánico, del que la reina y él era hechuras (…)

 

(…) la elevación del confesor como valido había suscitado, no solo la animadversión popular generalizada por su condición de extranjero, tan ajeno a la mentalidad y costumbres españolas, sino la alarma en buena parte de la nobleza y la Iglesia, hasta el punto de detectarse cierta preocupación crítica en su propia compañía (…)

 

«Al freír

será el reír»[xx]

 

Valenzuela[xxi]: La sinuosa ascensión y vertical caída de un advenedizo

Los picaros también merodeaban por los palacios, pero raramente llegaban a validos, mucho menos a valido y primer ministro. Fue el caso de Fernando Valenzuela, el último de los validos españoles (…)

 

Confidente afilado, hábil en el juego de la persuasión, perito en el halago y la adulación, sorprendía a la reina con su labia y el adorno de las vivencias y secretos inconfesados (…)

 

(…) fue haciéndose imprescindible para la reina como mediador, venta de cargos y negocios, en los que aprendió muy pronto a enriquecerse con pingües comisiones y favores (…)

 

(…) ciego de vanidad y soberbia, alcanzó cotas de infamia inimaginadas. El escándalo de su comportamiento tiránico anonadó a las gentes de aquellas tierras, y sus extravagancias de sátrapa, su grotesca grandilocuencia y megalomanía, solo se explican como la bufa comedia de un engreído advenedizo, sino lo hubiesen implicado un drama de quienes las sufrieron (…)

 

Don Fernando Valenzuela murió desvalijado de caudal de su propio latrocinio, segregado y vejado con saña inaudita; sin ser juzgado ni sentenciado (…)

 

«Dadme seis líneas manuscritas por el hombre más honrado,

y hallaré en ellas motivos para hacerle ahorcar»[xxii]

 

La ambición de poder

Galería de validos

Agustín García Simón

Marcial Pons


Link de interés

El mundo de los validos

Relaciones del secretario de estado de Felipe II

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Espías del imperio: Historia de los servicios secretos españoles en la época de los Austrias

El arte de mandar bien: Querer, poder, saber

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El conde-duque de Olivares

Richelieu y Olivares

Don Juan de Austria

Breviario de los políticos

Jefe de gabinete: Manual de instrucciones para gobernar

• Moncloa: Iván Redondo. La política o el arte de los que no se ve

 

«El mundo se divide sobre todo,

 en indignos e indignados,

y ya sabrá cada quien de qué lado quiere o puede estar»[xxiii]

 

ABRAZOTES


[ii] William Shakespeare

[iii] Pp., 159 (…) siempre desconfío profundamente de cualquiera que pudiera rivalizar con él por su posición (…)

[iv] Tácito

[v] Francisco Gómez de Sandoval y Rojas

[ix]

[x] Corto y apocado

[xi] Inteligente y cultivado

[xii] Llegados a este punto podríamos sacar a relucir un tema que siempre provoca debate ¿Qué hacemos con la familia política en la Empresa Familiar?

Pp., 75 Entre los primos-cuñados hubo siempre una rivalidad y un desencuentro manifiestos (…)

Ø  ¿Cómo gestionar los desencuentros entre familiares en la empresa?

[xiii] Felipe III

[xiv] Gaspar de Guzmán

[xv] Conde-duque de Olivares

[xvi] Luis Méndez de Haro y Guzmán

Ø  “El discreto de Palacio”

[xvii] “El mundo entero se aparta ante un hombre que sabe adónde va”, Antoine de Saint Exupery

[xviii]

[xix] Juan Everardo Nithard

[xx] José María Sbarbi  

Según esta versión, en tiempos de Felipe IV vivía en Madrid un calderero que tenía fama de ser astuto. Un pillo, con intención de burlarse de él, acudió a su tienda y le pidió una sartén. El calderero, sin prestar demasiada atención, le entregó una que estaba rota por debajo. A cambio, el cliente le pagó con una moneda falsa.

Ambos pensaban haber engañado al otro. Al percatarse de la risa burlona del comprador, el calderero replicó con la frase: «Al freír será el reír», advirtiendo que el defecto del objeto se haría evidente más tarde. El otro, devolviendo la burla, dijo: «Al contar será el llorar», refiriéndose al momento en que el calderero descubriera que la moneda era falsa.

Este cruce de expresiones irónicas cristalizó en el refrán, que desde entonces sirvió como una forma de señalar que las consecuencias de los actos, buenos o malos, se verán con el tiempo.

[xxi] Fernando Valenzuela

[xxii] Cardenal Richelieu

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